Comentario
Para el conocimiento de los aspectos de la organización política del mundo ibérico contamos con los datos que aparecen en las fuentes literarias, en especial Polibio, Apiano y Tito Livio, sobre la existencia de reyezuelos o régulos en la zona sur de Hispania en el momento de cambio de la hegemonía cartaginesa a la romana.
Para este tema de la realeza y los reyes en la España antigua está aún por superar en su conjunto el estudio de J. Caro Baroja publicado en 1971, para quien la institución monárquica existe en la zona sur de España hasta el mismo momento de la conquista romana, como herederos de la monarquía mítica de Tartessos. Después de la desaparición de Tartessos, los pueblos del sur, fragmentados desde el punto de vista político, pero en su mayoría con regímenes monárquicos, aparecen en las fuentes escritas con nombres nuevos. Según las noticias de Apiano (Iber., 5) la muerte de Amílcar en el año 229 a. C. se debió a la conjura de varios reyes de pueblos iberos y de personajes influyentes.
En el momento que Roma conquista a Cartago la zona sur, aparecen en el relato de Tito Livio dos reyezuelos, que son los más conocidos: Culcas y Luxino. Culcas aparece en el año 206 a. C. como aliado de los romanos contra Cartago, dominando 28 oppida de la zona más celtizada del Sur, la Beturia (Liv., 28, 13, 3), y en el año 197 a. C. es un rebelde a Roma dominando ya únicamente sobre 17 fortalezas (Liv., 33, 21, 6). Por contra, las noticias de Polibio son contradictorias, pues nos hablan de que los romanos habían aumentado su reino a este Culcas (Polyb., 21, 11, 7). Luxino, por su parte, aparece en el año 197 a. C. como rebelde a Roma y dominando núcleos tan importantes como Carmona, Bardón, Malaca o Sexi (Liv., 33, 21, 7), localizadas en el área más fuertemente dominada e influida por los cartagineses.
De estas menciones se desprende el dominio de algunos régulos sobre varios núcleos urbanos fortificados, aspecto que quizá debamos poner en relación con el análisis realizado por algunos investigadores, a partir de los datos que proporciona la arqueología, sobre ordenación del territorio y jerarquías.
En el momento de la pérdida de estos territorios por Cartago a manos de Roma aparecen junto a estos reyezuelos más importantes otros que dominan únicamente sobre una ciudad tras la fragmentación de la monarquía tartésica. Attenes es el primer reyecillo que se pasó a las filas romanas en el año 206 a. C. Sabemos también que Cerdubeles era régulo de Cástulo en el 196 a. C.
La mención de estos "monarcas" no excluye la existencia de ciudades cuya estructuración política no estaba en torno a un régulo, como es el caso de Astapa en Sevilla, citado por Caro Baroja.
Pero estas "realezas" nos son conocidas no sólo a través de las fuentes literarias, ya que también en los elementos decorativos de las monedas aparecen elementos que nos confirman la existencia de la institución real, como es la cabeza diademada del anverso de algunas monedas, que se interpreta como un símbolo de realeza.
Por otra parte es posible, en opinión de Caro Baroja, que algunos santuarios hayan tenido una significación institucional en relación con ciudades soberanas y en función no de una "ciudad-estado", sino de un territorio más amplio con varias ciudades, de las cuales una es la capital propiamente dicha.
Está claro, pues así aparece en las fuentes, que en la Turdetania, en el momento de la lucha de romanos y cartagineses, había reyes que dominaban en varias fortalezas (oppida), reyes que dominaban en más de una ciudad a la vez, reyes o régulos que dominaban sobre una e, incluso, ciudades que no eran gobernadas por una institución real.
Entre los reyes de la zona meridional, aparte de los citados, hay que mencionar a un rey de los orisos, que parece deben ser los oretanos, entre los años 229-225 a. C. (Diodoro de Sicilia). Esteban de Bizancio, que tiene como fuente a Artemidoro de Efeso (ca. año 100 a. C.), cita la ciudad de Orisis, junto con el pueblo oretano, del cual indica que tenía otra gran ciudad, Cástulo. Vemos, pues, emparentados por las fuentes el nombre de un rey, el de un pueblo con varias ciudades y el de una ciudad.
La institución real se ha desarrollado en el sur de España desde la Edad del Bronce hasta tiempos históricos, que coinciden con las fases más tardía de la Edad del Hierro, habiendo tenido, sin duda, grandes influjos orientales en sus orígenes y en relación con la explotación de importantes riquezas naturales.
Pero las fuentes nos dan noticia de régulos que mandan sobre pueblos no iberos, régulos celtas o galos que luchan en la Península contra los romanos y régulos que parecen de estirpe ibérica en la zona oriental.
Entre los primeros destacan Moeniacoepto y Vismaro, al servicio de los cartagineses, los cuales, al ser vencidos, dejan tras sí un botín típico de áreas célticas: torques de oro, brazaletes, etc. Podemos pensar en individuos no iberos bajados de la Meseta.
Para la zona oriental de la Península hay también datos de otros régulos con carácter militar. Tito Livio (34, 11) nos da noticia para el año 195 a. C. de un régulo de los ilergetes, Belistages, que mandó a su propio hijo como legado al campamento de los romanos. Por otra parte, también por datos de los historiadores Polibio (3, 76, 1; 9, 11; 10, 18, 3, etc.) y Tito Livio (22, 21), así como de algún otro autor antiguo, conocemos a un Indibilis, Indebiles o Andobales, no sabemos con precisión si de los ilergetes o de los suessetanos, y un Mandonius de los ilergetes. Por otra parte tenemos también el nombre de un Edeco, rey de los edetanos, según Polibio (10, 34), que junto al nombre de Ilerdes de los ilergetes, permiten plantear la relación de algunos nombres de régulos con los de sus pueblos y ciudades de origen: Edeco-Edetani-Edeta e Ilerdes-llerda-Ilergetes.
Al norte del Ebro estos régulos se localizan principalmente en el interior, mientras que en las regiones costeras, más influidas por los griegos, abundan las comunidades regidas por asambleas, senados y magistrados.
Las monarquías de esta época y de estas áreas eran bastante inestables, pues la mayor o menor importancia de sus dominios dependía de la fortuna o habilidad de cada reyezuelo, ya que sus dominios estaban en relación con la integración bajo el mando personal de cada régulo de comunidades distintas, que no tenían ninguna estructura común entre sí y que, desaparecido el correspondiente régulo, podían pasar a depender de otro o a ser autónomas.
En opinión de Caro Baroja, los pueblos ibéricos son monárquicos por antonomasia y continúan con esta institución hasta ser dominados por Roma. Para ellos la idea de la "realeza", basada en planteamientos bélicos, es esencial como idea política.
Finalmente hay otro hecho resaltable, ni Cartago, ni Roma posteriormente se precipitaron a romper la estructura indígena de la monarquía militar.
Todos estos datos hay que ponerlos en relación con un hecho ya analizado anteriormente, que la formación social ibera es una formación social urbana. Tanto las fuentes literarias como la numismática mencionan la existencia de ciudades, mientras que la arqueología confirma la existencia de núcleos habitados que pueden ser calificados como tales, además de fortificaciones y de las denominadas turris.
A partir de lo dicho hasta aquí sobre la organización política de las poblaciones iberas y su desarrollo histórico podemos hablar en el orden político de la aparición y desarrollo del Estado. Parece que a la llegada de Roma existen régulos, presentes antes de la dominación bárquida, establecidos sobre centros urbanos con diferente carácter y en los que tiene un peso primordial el elemento militar, si tenemos en cuenta las informaciones de las fuentes y, sobre todo, de Estrabón, quien nos habla de guerras continuas entre los iberos y de la existencia de mercenarios en los ejércitos personales vinculados a los régulos del sur.
Junto a todo lo dicho hasta ahora, y posiblemente por ello, hay dos aspectos o fórmulas en la España prerromana que se asocian siempre con el mundo ibérico y que muchos historiadores incluyen dentro del campo institucional, dándoles el nombre incluso de instituciones. Se trata de la clientela y la llamada devotio ibérica. De la existencia de ambas en el área ibera nos informan con profusión los escritores antiguos (Polibio, Tito Livio, Apiano, Plutarco, Floro, etc.).
Sobre ellas han sido realizados estudios que insisten en los aspectos jurídicos más que en el análisis histórico de las mismas, es decir, no se centran tanto en la evolución que va sufriendo relacionándola con el contexto en que se producen, en otras palabras, en el significado histórico de ambas fórmulas.
Estas relaciones entre los iberos se rigen por una fieles (fidelidad) que les da un contenido de permanencia y que, a veces, toma la forma de devotio. Pero se trata de una fieles interesada: Sagunto es fiel a Roma porque le interesaba, lo mismo que los ilergetes y edetanos con respecto a Escipión.
En el mundo romano, al igual que en general en todo el mundo antiguo, las relaciones de clientela implican la existencia de una relación no igualitaria que se establece entre dos o más individuos, de los que uno disfruta de una posición privilegiada (económica, política o religiosa). Conocemos por las fuentes la realización de clientelas en la Península Ibérica con una finalidad militar, entre las que podemos citar el pacto que realiza Indíbil, régulo de los ilergetes, con Escipión o las que se crean durante la guerra sertoriana en España en torno a la figura de los oponentes Sertorio y Pompeyo. En estos vínculos de clientela, según Rodríguez Adrados, existirían obligaciones recíprocas por las cuales el patronus (patrón) debía dar protección al cliente y éste estaba obligado a la obediencia en períodos de paz y a proporcionarle ayuda militar en la guerra.
Un tipo especial de clientela es la denominada devotio, que en el caso que nos ocupa se conoce como devotio iberica, término que no es correcto por dos razones: en primer lugar, porque su existencia no es exclusiva del área ibera, ya que aparece también entre los celtíberos, y, en segundo lugar, porque existen también paralelos en otras zonas fuera de la Península Ibérica, entre los galos (soldurii) y entre los germanos (comitatus).
Se trata de una relación personal libremente contraída de fidelidad y servicios recíprocos creada fundamentalmente para la guerra. Es una forma peculiar de la fieles que se caracteriza por el elemento religioso de la consagración de la vida de un hombre y la de los suyos al servicio de un individuo (patronus), quien, a su vez, contrae una serie de obligaciones con el devotus.
Para A. Prieto hay que entender la devotio dentro del marco de la situación social existente en las diversas áreas de la Península ibérica, caracterizada por la aparición de diversos tipos de desigualdades sociales que provocarían el surgimiento de jerarquías y el que por diversos medios unos individuos detentarían mayor poder e influencia que otros.
Roma se aprovechará de esta situación, al igual que hará con el hospitium, que mantienen lejanos paralelos con lo existente en el mundo romano, para utilizarlos como mecanismos de integración de lo indígena en el mundo romano. El proceso sería el siguiente: en un primer momento los generales romanos aparecen vinculados a los modelos indígenas, siendo Escipión el ejemplo más claro, pero, a medida que transcurre su presencia en España, los romanos irán transformando esos modelos indígenas de acuerdo con sus normas e intereses.